Dos cuentos de Manuel Girón
Manuel Girón es un artista multifacético que se ha establecido en St. Gallen. Es pintor, fotógrafo, escritor, y también hace música y vídeos.
Girón nació en Guatemala en 1954 y llega a Suiza en 1990. Hace 16 años vive en St Gallen y es desde allí que proyecta su arte en sus diferentes disciplinas. Se ha abierto espacio en la escena artística en esta ciudad, habiendo sido reconocido con el premio cultural por su vídeo y muestra fotográfica “El ojo verde”.
Próximamente presentará su libro “Lunas de Otoño” y tenemos el placer de publicar dos cuentos que forman parte de este libro.
Pueden encontrar más sobre Manuel en su sitio web
http://www.manuelgiron.ch/home.html
La crisis de los sesenta
Saboreando un delicioso helado de fresa y caramelo frente al Centro George Pompidou de París, veo salir, desde la distancia, a una mujer con un vestido azul marino con diseños verdes que al principio ve hacia todos lados como si buscara a alguien o estuviera desorientada, y después de algunos minutos de supuesto desconcierto, se encamina en mi dirección.
La veo recorrer la plaza y conforme se acerca descubro que sonríe como si estuviera muy feliz y me imagino que alguien detrás de mí la espera con igual alegría.
¡Hola mi amor, qué bien que viniste! me dice con una sonrisa que me deja desarmado y con el helado a punto de caérseme al suelo. No puedo creer que se dirija a mí considerando que no la conozco, y que se ve unos 20 años menor que yo.
¡Ah, y gracias por la flores! agrega, y me da un beso en la boca que me deja más helado que el helado de fresa y caramelo.
No te preocupes que yo sé toda la historia y te perdono como mujer de buen corazón. No voy a reprocharte nada hoy que es mi cumpleaños, porque cumpliste con tu promesa de enviarme flores y venir a recogerme para ir a cenar. ¡Ah, qué buena idea ir a comer al restaurante en la torre Eiffel, qué romántico eres! me dice rebosante de alegría.
Yo, cada vez más sorprendido, cierro los ojos por un instante para hacer una necesaria pausa que me ayude a ordenar un poco todo este enredo en el que estoy metido sin saber todavía el porqué, y del que me gustaría, por un lado, esclarecer para evitar posibles consecuencias, y por el otro lado, no esclarecer porque parece más un milagro que una equivocación lo que estoy viviendo. Situación que me recuerda las palabras de un amigo que constantemente menciona que los hombres a los cuarenta y a los cincuenta sufrimos una crisis que se tiene que curar con una aventura para reafirmar nuestra condición de cazadores, pero ahora que recuerdo nunca dijo nada de la crisis de los sesenta que ha de ser ésta en la que uno se saca la lotería sin comprar número, o como esos email que llegan cada semana informando que algún desconocido quiere meter en mi cuenta bancaria unos millones, pero tengo que enviarle mi número de cuenta y la clave para estar seguros de que ese montón de dinero ingresará previo pago de los impuestos correspondientes.
La verdad es que no me acuerdo de haber visto antes a esta mujer que está como quiere, y de la que me empiezo a enamorar mientras se me derrite el helado de fresa y caramelo.
Después de cenar y disfrutar la hermosa vista de París de noche, tomamos un taxi al apartamento donde se supone convivimos desde hace algunos años en el barrio de Montmartre. Tomamos unas copas de vino tinto, y después hacemos el amor como hacía mucho tiempo no lo hacía. Duermo profundamente, y al despertarme al día siguiente me siento completamente renovado, y me digo:
¡Por fin he salido de la crisis de los sesenta, en la que el amor es pura imaginación!
Manuel Girón 2014 © ProLitteris Zurich
Realismo mágico
La siguiente historia me la contó una americana que durante un par de años hizo voluntariado en un orfanato con niños de la calle en Medellín, Colombia. Según su versión de los hechos, al llegar descubrió que no sólo habían niños de la calle, sino también perros de la calle, gatos de la calle, conejos de la calle, cerditos de la calle, y hasta gallinas y gallos de la calle. Ante tanto realismo mágico estuvo tentada de salir corriendo, pero la imagen de su querido perrito pequinés en casa de su madre en New York le dio el valor suficiente para enfrentar tan desmesurada realidad. Así que se impuso como tarea extra recoger perros abandonados después de acabar su tarea en el orfanato. Naturalmente, le hubiera gustado recoger a cuanto animal encontrara en su camino, pero estaba claro que el reto era superior a sus fuerzas y posibilidades, así que como buena estadounidense optó por el sentido común y fijó su área de trabajo exclusivamente en los caninos.
A los tres meses ya todo el mundo la conocía como la Madre Teresa de los perros, y durante algunos meses más logró compaginar ambas tareas bastante bien hasta que un día su madre le avisó que su pequinés se había perdido durante un paseo en Central Park.
Comunicó al orfanato que por una emergencia debía regresar inmediatamente a su país, y logró que una compañera finlandesa que hacía también voluntariado, se encargara por algunos días de la perrera en su ausencia.
Voló a New York decidida a encontrar su pequinés, y una semana después era la mujer más feliz el mundo cuando le informaron que su perrito había aparecido en la casa de una familia que lo había encontrado vagando por el jardín.
Lo primero que hizo fue llevarlo a una tienda especializada en caninos para que le colocaran en la oreja un microchip GPS que lo localizara vía satélite en caso se volviera a extraviar. Después llamó al orfanato para informar que ya no regresaría a Medellín porque quería pasar más tiempo con su pequinés.
¿Y qué pasó con los perros de la perrera? le pregunté antes de que diera por terminado su relato.
¿Los perros de la perrera? repitió, supongo que andan por ahí, un poco perdidos, sin saber qué hacer ni a dónde ir. Un poco como yo.
Manuel Girón 2014 © ProLitteris Zurich