Poesía de Cristina Gálvez
Cristina Gálvez Martos (Caracas, Venezuela, 24 de febrero de 1987).
Licenciada en letras por la UCV. Participa en recitales y eventos poéticos desde 2004. Fue parte del taller de poesía de Armando Rojas Guardia durante dos años. Asistió al taller de creación poética del Celarg 2013-2014, dictado por Belén Ojeda. Ganadora del Concurso de Autores Inéditos de Monte Ávila Editores 2013 con su poemario Psicopompa. Obtuvo una mención honorífica en el I Concurso de Cuento Corto y Poesía, y sus textos figuran en el libro homónimo, editado posteriormente. Uno de sus poemas fue escogido para formar parte de la Antología Grito de Mujer 2014, convocado por Mujeres Poetas Internacional (Puerto Rico). Ha incursionado en la fotografía y en la narración oral. Actualmente se dedica a la docencia y a la promoción cultural.
La vida secreta de las palabras
destejer las palabras
el sarcófago en sus bocas
abrirlo a ver qué se han tragado sus labios de caracola
bajar por la espiral
hasta el secreto
saber por qué mi nombre siempre fue tan amarillo
rojo no, como la aurora
saber si son el nervio de las cosas
o el ropaje
aprenderlas para no flotar en la tarde oceánica
para no ahogarme en el cielo de cuervos
no entenderlas cuando más debo alcanzarlas
dejarlas tiradas como cuerpos
El autobús
Subí al autobús que iba a ningún lado
y pasaba por todas las calles
8 de octubre
Comercio
Solferino
Alfombradas de hojas, con perros
y adoquines sepia,
gente acolchada de abrigos,
árboles tan bien vestidos de su corteza.
Mira tú, si me llamara Solferina Gálvez
no precisara pintarme la escena
del astro desnudo, mordido por bestiecillas
con ojos de fuego.
Entra y baja gente
dónde van, dónde se quedan
estos sujetos con vida de sujetos
que toman el autobús.
Todos son la misma muchacha
cuya belleza no encuentro en mí:
sujeto, siempre sujeta
a la silla de algo que se mueve solo,
pelusa de los parques
de banco en banco,
amaestrada.
El bus seguirá hacia la nada
pero me bajo en una parada cualquiera.
Tampoco me atrevo a tanto.
Lourdes
Lourdes, si tú fueras mi abuela
posarías sobre mis manos
tus manos de seda
en una semana curarías
mis miedos pensamientos
con caminatas, sopas
y agüita de toronjil
aprendería los nombres
de tus flores boconesas
y a cocinar salsa de aceitunas
me perdería en tu edición de lujo
de las Mil y una noches
y al salir me encomendarías
al Corazón de Jesús
comería siempre a la hora
hecha un mujerón de maíz pilado,
cuajadas y huevitos criollos
aleccionada por tu gesto de reproche
hubiese sido menos torpe
bajo la calma tutelar de sobremesa
dirías que escuche el pájaro
y no el ruido
que hay que tener
fuerza y paciencia
y ya en confidencia
que no necesito desesperarme por nadie
que necesito que alguien
se desespere por mí.