La crónica literaria: un género híbrido por excelencia
Por Carolina Navarrete
En el conocido libro Culturas híbridas1, del antropólogo argentino Néstor García Canclini, se propone una lectura de la post-modernidad latinoamericana a partir del concepto de hibridación que el autor comprende como un proceso de intersección y de transacción. Es decir, es mezcla, mestizaje, revoltijo, lo contrario de lo puro. Para García Canclini, la matriz cultural de hoy respondería a procesos híbridos mucho más acordes a la era de la globalización y de multiculturalidad.
Si retomamos la noción acuñada por el antropólogo podemos afirmar, de cierta manera, que nuestra América desde sus orígenes ha sido un lugar híbrido por excelencia, pues se reúnen y entran en simbiosis los diversos elementos que la componen. Desde nuestro mestizaje corporal (español, indio y africano), pasando por nuestras lenguas (vernaculares e hispanas) hasta nuestras letras (europeas y nacionales). A partir de esta hibridación, que podríamos denominar constitutiva, nos construimos y creamos. Por eso, no es de extrañar que uno de los géneros literarios más híbridos haya nacido justamente en América: la crónica literaria.
Sucintamente, la crónica literaria la podríamos definir como aquellos relatos cuya temática central es la vida cotidiana de las ciudades y sus habitantes. Su objetivo es revelar aquello que el transeúnte común no percibe o no logra distinguir en/de su realidad. Generalmente escrita en primera persona a partir de vagabundeos o flâneries por la urbe, retraza los hechos contemplados de manera cronológica o causal a modo de un investigador, introduciendo reflexiones subjetivas sobre la realidad descrita. Su lenguaje suele ser denodado y estético. Su difusión se hace mayoritariamente en periódicos y revistas. Grandes cronistas ha tenido el continente, como José Marti, Manuel Gutierrez Najera, y los mas actuales Carlos Monsivais, Elena Poniatowska, y Pedro Lemebel, solo por nombrar algunos.
La hibridez de la crónica se encuentra justamente en esa intersección entre discurso periodístico, anclado en el referente, y el literario, sujeto a la ficción, en esa forma de pertenecer a ambos y a ninguno, de hacer de la realidad su fin, pero modificándola, estetizándola a través del lenguaje. Es decir, ella es punto de inflexión entre ambas formas genéricas, como señala la especialista Susana Rotker2. Esta característica mestiza de la crónica tiene su origen, así como América Latina, en sus inicios con los escritos de los conquistadores.
Los primeros textos que nacen en el Nuevo Mundo, tenían por objeto instaurar referentes sobre el nuevo espacio en que se encontraban los colonizadores, aspirando a hacer la Historia de este territorio, relatando los acontecimientos acaecidos por el orden en que éstos iban sucediendo. De esta manera, el concepto que se manejaba aludía a una “exposición cronológica de sucesos históricos”3.
Si bien al principio los conquistadores-soldados-escritores, que hacían su oficio sin una real preocupación literaria y más bien respondiendo a criterios de espontaneidad descriptiva, cumplieron con su función, a lo largo del tiempo fueron reemplazados u obligados a coexistir con diferentes hombres de letras. Las diversas topologías humanistas producen no solamente nuevas texturas de escritura, sino divergencias en las posturas frente a los hechos del Nuevo Mundo. Tal es el caso de los historiadores humanistas, quienes introducen en sus relatos constantes comparaciones con la Antigüedad; o el caso de los historiadores eclesiásticos quienes adoptan, contadas veces, una posición crítica frente al discurso del conquistador.
Asentados los conquistadores y colonizadores, aparecen los verdaderos historiadores. Así mismo, se incorporan los indios y mestizos como hacedores de discursos y se institucionaliza la presencia del cronista cosmógrafo4.
Desde este proceso de transacción de saberes de conquistadores-soldados, historiadores, mestizos y hombres de letras se podría determinar su condición híbrida originaria.
La segunda etapa de la crónica es la acontecida en el siglo XIX con la llegada de la modernidad a la ciudades latinoamericanas. La consolidación de los estados nacionales, el crecimiento de las metrópolis, la llegada de los avances tecnológicos como el ferrocarril o la electricidad y el desarrollo de la prensa fueron terreno fértil para que los escritores sintieran la necesidad o la urgencia de atrapar la fugacidad de estos cambios. A esto hay que añadir que muchos de los escritores finiseculares, burgueses en su mayoría, no podían vivir solo de sus textos, con lo cual el oficio de periodista emerge como una posibilidad. De esta manera, se puede afirmar que uno de los factores que permitió el desarrollo de la crónica moderna fue la inserción del escritor al trabajo. Éste al encontrarse sin un mecenas que financiara sus obras, debió procurarse un metier que le garantizase un sustento. Así, los periódicos se vuelven lugar de intersección o de encuentro entre la labor de escritor y la profesión periodística.
La crónica es el laboratorio de ensayo de estilo modernista –como diría Rubén Darío – 5, es el lugar en donde se transforma la escritura, el espacio de propagación y transmisión de una sensibilidad y de una forma de entender lo literario que está íntimamente relacionado con la belleza y con la elección consciente de un lenguaje con el cómo se ha verbalizado el discurso. Es el trabajo por medio de las imágenes sensoriales, símbolos, con las mezclas entre lo propio y lo extranjero, de los estilos, de las artes, de los géneros. Este género nuevo, que debía presentar un alto grado de referencialidad y actualidad, sobrevivió gracias a esta voluntad estetizante, puesto que (la historia) una vez que los hechos narrados y su cercanía pierden toda significación inmediata se desvalorizan, siendo capaz de revelar el valor textual en toda su autonomía.
Este segundo momento de la crónica en el cual se transan las profesiones marcaría la segunda hibridación del género.
Un tercer momento de la crónica, y de su proceso híbrido, lo podríamos situar a mediados del siglo XX. Está marcado por tres elementos: la explosión del mundo de las comunicaciones y los mass media, los cambios en la manera de hacer periodismo proveniente del New journalism, que preconizaba la investidura de las informaciones bajo un “ropaje ceremonial de la narrativa”6, y los procesos políticos-sociales del continente, como las dictaduras y la preeminencia del sistema neoliberal. Estos tres factores convergen en la crónica, contaminándola o más bien metamorfoseándola.
Esta nueva crónica participa en una nueva forma de analizar el mundo, es más sofisticada e ingeniosa como el propio contexto que se dibuja. Por eso, utiliza herramientas de diferentes disciplinas como la sicología, antropología o filosofía. Describe y desnuda la realidad, incluso aquella que por diversos motivos escapa a la pupila del espectador. En ella se instaura un mandato fundamental: “el lector no podrá evadirse, pues el cronista le habla de manera confidencial y cómplice”. De esta manera, el género “se erige en documento, ejercicio sano-terapia- de un sujeto literario que no quiere olvidar, ni que olvidemos”7. La mirada crítica (mirona o testigo) se funde con la propia experiencia y con la subjetividad, dando como resultado un tejido que organiza y disecciona los acontecimientos bajo una pluma multiforme: lírica, lúdica, irónica, transgresora y subversiva, al minar la realidad-objetiva de lo que se traza.
La crónica contemporánea latinoamericana le da cabida a todas las temáticas, géneros y voces. Ella es “revoltijo” “impureza” y sobre todo espacio de hibridación. Solo basta con leer los textos del, ya citado, Carlos Monsivais como Días de guardar (1971) o Aires de familia (2000) y por supuesto, las antologías de Pedro Lemebel desde La esquina es mi corazón (1995) hasta Háblame de amores (2013). Todos estos relatos intersectan otros géneros literarios, saberes disciplinares y manifestaciones artísticas (Lemebel introduce en sus crónicas fotografías, panfletos, letras de canciones), y por supuesto, otras maneras de pensar.
Notas
1Garcia, Néstor, Culturas Hibridas, Barcelona, Paidos, 2001.
2Rotker, Susana, La invención de la crónica, Fondo de Cultura Económica, México, 2005.
3.Crónica, h.1275. Tom. del latín. Crónica,-orum, “libros de cronología”, “crónicas’ plural neutro del adjetivo chronicus “cronológico” que se tomo del gr. Kronikos, deriv. De Khronos “tiempo”. Cronista,Princ.S. XV. VID
Corominas, Joan, Breve Diccionario Etimológico de la Lengua Castellana,ed. Gredos, Madrid, 1983.
4Historiador oficial que trabaja de encargo.
5, Rotker, Susana, op.cit. , p. 63.
6, Wolfe, Tom, “El juego del reportaje”, en Mateo del Pino, Ángeles, “Crónica y fin de siglo en Hispanoamérica (del siglo XIX al siglo XXI), Revista Chilena de literatura N° 56, noviembre 2001 p.18.
7. Ibidem., p.36.