Recetario infernal: Galletas de barro de Haití
Por Fray Draco
Ingredientes (para una familia hambrienta):
– 1 kilo de tierra seca haitiana o de cualquier zona miserable del mundo.
– 1 litro de agua (potable si es posible).
– Manteca vegetal o grasa comestible.
– Pizca de sal y puñado de sol.
Preparación:
Se cierne la tierra mientras se apartan piedras, palos, pelos y otros restos de basura no comestible. Se dejan los insectos, son pura proteína. Mezclar la tierra cernida con el agua hasta conseguir un lodo espeso. Agregar la grasa y la sal que se tenga a mano y mezclar una vez más hasta homogeneizar, pero trate de no gastar toda su energía porque las galletas no le devolverán las proteínas desperdiciadas. Con la masa formar discos, animalitos, corazones o la forma que más disimule la humillación de comer tierra y extienda posteriormente sobre una superficie no adherente. Poner al sol hasta que se sequen como ladrillos. ¡A disfrutar!
– ¡Gran imaginación! ¡inmoralidad engañosa y efectista! ¡buitre de la miseria! ¡alarmista! ¡artista del hambre!… ¡esas galletas no las comería nadie, nadie, nadie!- ¿nadie? ¡¡¡¿nadie?!!! Sonarían sensatos estos reclamos que me gritan en la conciencia, si no fuera porque esas galletas las comen en Haití, justamente, los nadie. Morenas cantidades de señores y señoras nadie que nada tienen que echar al buche hambriento, el que les reclama un trozo de algo mejor que nada. Reclaman también los vientres de sus hijos, los niños haitianos quienes, como cualquier chiquillo de cualquier rincón del mundo, se alegrarían ante una merienda de galleta frente a ellos, pero no ante esta galleta miserable y vergonzante, pero que en la paradoja en que gira este mundo desfondando por nuestra presencia, esa teja que se pretende oblea se convierte en alimento salvador, pero también asesina. Sacia y a veces aniquila con igual efectividad. Galleta que mata el hambre, al hambre que mata, al hombre hambriento. Tautología infernal de un lenguaje que disfraza la desdicha, ojalá nuestro destino se jugará sólo en metáforas, porque mata también la indiferencia, y no lo hace metafóricamente. Si mata el hombre, entonces mato yo, el primero, “desde mi lugar bajo el sol, comienzo e imagen de la usurpación de la tierra toda” (B. Pascal)*. Yo, que vivo el privilegio de cuestionar mi hambre como materialismo banal, pero suficientemente pudoroso para nunca juzgar de la misma manera el hambre de otros (E. Levinas), y a eso yo le llamaría mi humanidad, palabra manida en boca azorada que desea comerse la lengua, pero más allá de mi egótica mismidad rimada en humanidad, el concepto mismo guarda como un mago su conejo, lo humano disimulado en una responsabilidad que se echa todo el peso del mundo a la espalda, “todos somos culpables, por todo, y ante todos, pero yo más que todos” (F. Dostoievski).
Alguna vez Haití fue un edén bucólico y feraz, pero eones arrugados de años parecen haber transcurrido desde aquel tiempo. Hoy las colinas de la isla cercenada ni siquiera pueden tapar su desnudez con árboles, la tierra se lame las llagas de la sequedad, los animales se observan en los espejos de aguas estancadas saboreándose ante sus propias carnes y seres humanos, seres haitianos, hambrean, rasgan con la uña el suelo desde donde mana el humus de esas sus galletas de apariencias tan lódicas, como las del cajón de arena del patio trasero de nuestros juegos. Si fuera únicamente ludismo y no el ignominioso privilegio de una cocina deconstruccionista y mininal que se cuece en una hornilla de pobreza. ¡Kitchen nightmares!
Los niños otra vez se fueron a dormir sin comer / entre cientos de ministros de Estado / en mal estado / cuando los adultos abran por fin los ojos / el cielo de Haití / estará tamizado de marcas de dientes. (George Castera).
¡Ay Haití des-azonado! ¡Haití in-sustancial, Haití des-entrañado, des-pedazado, in-salubre, des-abrido, des-garra-do, re-partido, a-raza-do, ra-piña-do, des-tripa-do! ¡Ay tú-Haití!… “No quiero oír más los largos sollozos que desgarran sin fin el telón de tus noches” (Aimé Césaire), pero yo, en cambio, sí quisiera oír el sonido apocalíptico de la cesura en la espesa y porfiada piel endiablada que te viste y te lastra, por los lustros de los lustros, enredándose entre tus piernas cada vez que emprendes la huída.
¿Y si de un Mesías negro echaras mano? ¿Bondye no ve las ruinas desde lo Alto? ¿es que para Haití no hay ese humilde redentor? ¿o quizás un maná que llueva infinito hasta saciar? Que un dios salve y done sangre mientras los otros nos atiborramos de paraíso frotándonos los ojos para llorar sin humedecernos en cínica impostura, retumbando con el histérico y estéril chillido de nuestras voces aguardentosas en las paredes de los templos, que ya ni nos merecen, ni nos añoran y ni siquiera se preocupan por echar los cerrojos. El Bondye habrá ido también a emborrachar su desasosiego mientras atiza las llamas de un infierno sin fuego para cocinarnos con ajo. Se lo merece largamente después de empresas demiúrgicas de siete días. Aunque parece siempre más sensato culpar a ese Otro de nuestras mezquindades o jugar el comodín más cómodo achacando toda miseria al misterio del mal. ¿Merezco yo, en cambio, humano demasiado humano, siquiera un domingo? Yo, el primero, el más culpable de todos… el que se inmola en palabras.
Nostalgia, “de aquellos días en la isla que olían a piña y papaya (Farah Martine Lherisson) y a cebolla frita, nostalgia de esa “negrería de pie, negrería sentada, inesperadamente de pie, que en su sangre derramada encuentra el gusto amargo de la libertad” (Aimé Césaire), ¡De pie! contra el hambre que encorva, que escarba, se encostra, castra y estorba, y que clama por una memoria y un obrar disruptivo, insurrecto, sedicioso y liberador. “Reverberación concéntrica desde la isla no más a-islada que lanza el cabo de la cuerda a tierra humana. Se trata de tender la mano, ensanchar nuestra esfera, multiplicar nuestros círculos, dilatar nuestros corazones al compás del planeta.” (Jeanine Tavernier-Louis).
Haití y hambre comparten una primera sílaba maldita, “ha-ha”, que resuena como carcajada irónica e insoportable. Tal vez una gematría arcana nota únicamente a los inmortales revele que sus dos letras iniciales equivalgan a cero, o bien, a infinito, lanzado en plataforma hacia el tiempo en que sus miserias se redimen. Pero hasta esperar la desnudez del misterio mejor valdría la pena echar una mano en cocina, parar la olla, dejar caer unos frijoles al caldo y llenar la panza a quien clama por comida y responder presto con una galleta más dulce que la que sabe al acre gusto del barro.
*Pascal es un filósofo francés, Levinas un filósofo lituano-francés, Dostoievski es un escritor ruso, George Castera es un poeta haitiano, Aimé Césaire es un poeta de Martinica, Farah Martine Lherisson es una poetisa haitiana al igual que Jeanine Tavernier-Louis.