HÉROES DE ALMA: Los Beatles y el estudio de Abbey Road
Por Bolívar Lucio
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Por siglos no fue otra cosa que el nombre de una calle de Londres. Abbey Road se llama así porque era el camino que llevaba a la abadía de Kilburn, un sitio de peregrinaje de la Inglaterra medieval. La calle comienza cerca de donde estuvo la abadía —hoy se levanta una iglesia— y termina en una triple intersección, a diez pasos del estudio homónimo.
Es una calle de doble vía, transitada. Al menos en la cuadra del estudio, hoy no es posible estacionar junto a la acera. Los autos suben y bajan al ritmo obstinado de esta ciudad, pero se detienen en el cruce peatonal. Esto no tendría nada de inusual, salvo que la mayoría de gente no usa el paso cebra para cruzar, sino que se para al medio y se toma una foto. La escena se repite cientos de veces todos los días. Autos, buses de dos pisos, taxis negros frenan para que los peatones crucen, pero son éstos los que les ceden el paso, porque el asunto es conseguir una foto, el fondo despejado, perspectiva sur-norte, igual a la que, hace casi 46 años, Iain Macmillan hizo a los Beatles.
Por esa foto, es una de las calles más famosas del mundo y, sin duda, la más famosa de la historia de la música. En realidad, la fama es la del paso peatonal. Pocos caminarán al norte, cerca de la iglesia encontrarían un viejo letrero con el nombre de la calle parecido al de la contratapa del disco. Sobre la misma dirección, a cien metros, estuvo un pub, hoy olvidado. En dirección opuesta, en plena intersección, se levanta un obelisco a la memoria del escultor Edward Onslow Ford y a cinco minutos, sobre Cavendish, está la casa que Paul McCartney compró a mediados de los sesenta. Más al sur, la calle se llama Grove End Road y baja en dirección a Hyde Park.
Durante sus primeras visitas, cuando aún vivían en Liverpool, los Beatles se hospedaron al sur, en el Hotel Presidente cerca de Russell Square. Viniendo de ahí, tuvieron que dejar el obelisco a su derecha justo antes de entrar por primera vez a los Estudios EMI, como se llamaron por 40 años.
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En invierno los árboles están deshojados, como los verían los Beatles ese febrero de 1963 cuando grabaron Please please me. Hace frío y sopla un viento húmedo. Nada de esto detiene a quienes llegan a esa esquina que existe más en la memoria que la misma realidad.
Los estudios se ven flamantes, mejor incluso que cuando el capitán Osmond Williams tuvo la idea de construir uno sobre el jardín de una vieja casona a principios del siglo XX. Hay una foto del Capitán, que murió antes de ver terminado su proyecto, sentado en los escalones donde estuvo la salida trasera al jardín; descuidado, árboles sin podar, yedra montaraz. Sonríe, sin imaginar que su idea de crear un espacio, ascético y adecuado para músicos de conservatorio, desbordaría la más osada expectativa, porque ahí se grabaría música que cambió la historia de la música.
Williams tenía en mente sesiones con orquestas, por eso los techos son altos y los espacios amplios y austeros. Las reglas eran estrictas, quienes trabajaban en EMI llevaban corbata y los técnicos e ingenieros, usaban mandiles blancos. Se operaba en turnos puntuales y pausaban para almorzar. Los empleados de EMI caminaban a la vuelta de la esquina a un pub que se llamaba Heroes of Alma. El pub ya no existe, pero ahí también comieron y bebieron John Lennon, Syd Barrett, Pau Casals, Glen Miller, Ella Fitzgerald, solo por mencionar a los músicos que han muerto.
Fueron los estudios de Parlophone, una rama menor de EMI (por cierto son las siglas de Electric & Musical Industries). Para cuando llegaron los Beatles, los estudios guardaban un decoro venido de la tradición y que se valía de su formidable acústica. Según George Harrison, se veía que las gruesas cortinas, usadas para regular la reverberación y que colgaban altas de las paredes, no habían sido cambiadas (ni lavadas) desde que se instalaron, en los años 50. Ciertamente no fue que los Beatles o su manager, Brian Epstein, “escogieran” grabar en esos estudios, más bien fue la última opción, la que les quedaba después que los rechazaran todos los demás estudios de Londres
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Los estudios están en Saint John’s Woods, un barrio tradicional que, en general, se ve como cuando los Beatles grababan. La casa en sí es del siglo XIX, la fachada y gradas de acceso han cambiado poco.
Ahí trabajaba, al frente de Parlophone, George Martin. Se había formado en piano, estudió el barroco y comenzó ganándose la vida tocando el oboe. Siempre intuitivo, Martin comprendía que EMI no ganaría dinero solo con música clásica y jazz, de modo que apostó por comedias musicales y números poco ortodoxos. Aparte que no tenía nada que perder —Parlophone no era una oficina muy demandada, más bien “sobrevivía” gracias a sus iniciativas— ha dicho que accedió a trabajar con los Beatles por su buen sentido del humor y carisma. Para alguien de vieja escuela como él, también debe haber causado una buena impresión su “ética de trabajo”.
En EMI cada sesión duraba unas tres horas y un día tenía hasta tres. Martin, para su primer álbum había accedido a eso: registrar, en dos sesiones, una en la mañana y otra en la tarde, lo que sería su show en vivo. El esquema respondía a los recesos requeridos por normativas sindicales, pero los Beatles ensayaron durante la hora almuerzo, mientras George Martin y el ingeniero Norman Smith tomaban una pinta de cerveza y comían en Heroes of Alma. En efecto, la siguiente canción, “A taste of Honey”, armonías y todo, la despacharon en 5 tomas.
Dos sesiones no fueron suficientes y grabaron hasta entrada la noche, pero antes George Martin les había dicho que iban bien y que esperaba que no tuvieran que alargarse demasiado (trabajaron cerca de 13 horas en total); que no dudaran de decirle si había algo, cualquier cosa, con lo que no estuvieran de acuerdo o no les gustara. Les hablaba desde el intercomunicador en la cabina de control, en el piso superior del Estudio 2. Un momento de silencio, luego, su tocayo, George Harrison, hizo el gesto escolar de levantar la mano, sin que nadie imaginara que iba a gastarle una broma.
—¿Sí?
—Para comenzar, no me gusta su corbata.
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El paso peatonal de Abbey Road recibe miles de visitantes que llegan a reproducir lo irreproducible: el cruce de los Beatles. Ellos caminan de izquierda a derecha (oeste a este) en una procesión que cualquiera reconoce.
En 1969, el fotógrafo escocés y amigo de Lennon, Iain Macmillan, hizo seis disparos. El quinto le dio la imagen que conocemos. La eligió, tan sencillamente, porque caminan coordinados. Dijo que es una foto simple y que es famosa por su simplicidad. En las otras, los Beatles parecen señoras tropezándose; pero en la quinta todos, menos McCartney, adelantan el pie izquierdo. Era agosto, verano, hacía calor. Un policía detenía el tráfico y Macmillan se había encaramado en una escalera, por lo que su cámara estaba a unos dos metros y medio del piso, a la misma distancia que de los Beatles. Toda la sesión duró menos de quince minutos. Ese ángulo y el lente de 50 mm de una cámara de medio formato permiten el distintivo encuadre, irrepetible. La perspectiva al fondo muestra una calle recta en apariencia, pero toda Abbey Road corre sureste-noroeste y empieza a curvar en la misma intersección donde termina.
La foto de Macmillan registra el fin de una era. Después de ocho años intensos y vividos a toda velocidad, los Beatles estaban aburridos de ser Beatles. El mes siguiente tocaron juntos por última vez en EMI y, dos semanas después, en una oficina de Apple, fue la última vez que los cuatro estuvieron reunidos.
Los turistas aparecen incluso con sus maletas de viaje. Justo en la esquina del edificio de ladrillo, al lado derecho de la foto del álbum, hay unas bancas de madera, pero no se usan. Un momento quizá para apoyar la maleta, pero la gente se reúne en el lado izquierdo; se sienta en el muro bajo del edificio junto a los estudios y espera su turno para hacerse la foto.
El cruce en sí no deja de tener su ridículo encanto. Los Beatles, desde luego, posan; pero miran al frente, se ven despreocupados, ajenos, casuales, como si verdaderamente cruzaran la calle. Su movimiento nunca se detuvo, Macmillan disponía de un solo segundo en que los cuatro aparecían en su visor, después ya estaban del otro lado. Seis disparos después la sesión había terminado y nunca más los escarabajos posarían para la portada de un disco. Los turistas, en cambio, se congelan en una pose que simula caminar. Y, obvio, vuelven la vista a la cámara, sonrientes. Los más osados son los japoneses. Siempre en grupos, son de los que llegan con maletas de Heathrow o St. Pancras, sin escalas, a Abbey Road. A pesar de convencionalismos, uno de ellos sale del cruce cebra y se para en media calle, la cámara al final de un bastón extensible, mientras sus amigos se robotizan. Así, varias tomas, comprobaciones, que el fotógrafo sea fotografiado, risas, cortos diálogos. Todo esto mientras el tráfico no se ha detenido. Un inglés se impacienta y clava un pitazo y los japoneses vuelven a la vereda, como si no fuera con ellos. Los que corren, no digamos debido a qué experiencias, son los peatones latinoamericanos. Al menos corrieron un muchacho que no tendría ni 14 años y su hermana menor que cruzaban, sin mucha idea, de una esquina a otra, mientras los padres hacían las fotos desde el parterre sobre el que se levanta el obelisco. Ellos sí salieron disparados al pitazo del Audi negro que se bancó tres minutos de japoneses y ya había tenido suficiente. Dos chicas brasileñas llegaron y se quedaron un tiempo. La primera se dio por satisfecha con la foto que le hicieron, pero la segunda se peinó, maquilló, sonrió, mostró el pulgar, después índice y medio, con gafas, sin ellas, hasta que se quitó la chaqueta y cruzó en una blusita floreada de mangas cortas. Respetable, considerando los 4° y el viento.
Abbey Road es, hasta hoy, el disco más vendido de los Beatles. Lo que siendo quienes son y al lado de Revolver, Pepper o el White Album no es decir poco. La tapa del disco es multi iconográfica y es, a despecho de Macmillan, un mero producto del azar. Algo que gustaba a Macmillan de su simple disparo es que la gente todavía puede caminar esa calle, porque eso acerca a los visitantes a la historia de la foto y de los Beatles. El edificio de oficinas de EMI en Manchester Square donde Angus McBean retrató a los Beatles acodados en el pasamanos de unas escaleras fue demolido hace años. El lugar exacto de Hyde Park donde fueron fotografiados para Beatles for Sale tampoco está registrado con precisión, incluso la foto de las sesiones en la BBC, no solo que es una edición de la toma original, sino que el Paris Theatre, donde grababan, hoy es un gimnasio y la fachada original no existe.
Iain Macmillan murió en 2006.
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Los Beatles llegaron por primera vez a EMI en octubre de 1962. En febrero del año siguiente, aprovechando que “Love me do” había trepado en las carteleras, grabaron once canciones, en trece horas y tres sesiones. Se saltaron el almuerzo e incluso así terminaron pasadas las once de la noche. El siguiente verano, los Beatles eran famosos y empezaban a ser amos y señores de los estudios. En adelante grabaron a la hora que les dio su regalada gana, a despecho de cualquier otro cliente, entre ellos unos novatos: Pink Floyd.
Se dice que Abbey Road es la Westminster Abbey del rock. En la época de Garage Band y a pesar de los precios de las reservas (grabar una canción cuesta unos 12 mil dólares) todavía son un estudio ocupado. Se grabó Piper at the Gates of Dawn (al mismo tiempo que Seargent Pepper’s Lonely Hearts Club Band), Dark Side of the Moon; han grabado Elton John, Oasis, David Bowie, Gustavo Cerati; formaciones conocidas como Green Day, U2, Depeche Mode y los excelentes Radiohead. En otros géneros musicales: Ella Fitzgerald, Glenn Miller, Pau Casals y Plácido Domingo. También se han registrado las bandas sonoras de La guerra de las galaxias, Cazadores del arca perdida y, recientemente, El señor de los anillos. Nada mal para un local que cumplió 84 años.
Orgullosos de esa nada despreciable herencia musical, con los estudios ha ocurrido lo que con edificios centenarios: fueron declarados “monumento clasificado”. Se temió por su futuro cuando hace poco se mencionó la posibilidad de venderlos a una firma de bienes raíces. Era un negocio de varios millones de libras, aparte de que tecnología hace que otros estudios sean más accesibles y casi tan buenos. El casi es grande. Ingeniería de alemanes de principios del siglo XX, los estudios tienen cualidades tonales únicas. De hecho, el contrato de uso prohíbe hacer muestras de su signatura acústica.
La casa fue restaurada hace un lustro. Blanca, dos plantas, ventanas rectangulares y simétricas, en el techo, chimeneas que tienen un ducto de metal sobre una base de ladrillo. La única diferencia en la fachada es la mampara de cristal sobre el marco de la puerta: ya no dice EMI Recording Studio, sino Abbey Road Studios.
Entre los años 63 y 64, en el furor de la beatlemanía, las sesiones se hacían en las brechas que dejaban las entrevistas, los conciertos británicos y los tours transcontinentales. Entretanto, aprendían su oficio. En las primeras fotos, se ve a George Martin en el piso donde grababan, cruzado de brazos y como si pidiera que le mostraran qué tenían, qué nuevo tema habían compuesto, cómo se podía mejorar. A mediados de los 60 ya aparecen en la cabina de control; entonces ellos le pedían que les consiguiera un sonido o efecto particular. Al final, aparecen con los pies sobre la consola y Martin no participó en la grabación del Álbum Blanco ni Let it be.
Pero muy al principio, durante ese año 63 en el que todo cambió tan rápidamente, es posible suponer que seguían los horarios y turnos regulares del estudio. Se sabe que, entre tomas, al terminar una sesión o para despejarse iban a beber una pinta (0,56 litros) en el Heroes of Alma. El pub desapareció en los 70, pero para llegar donde estuvo basta caminar al norte y girar a la izquierda en la primera cuadra. Aunque con algunos cambios, lo que fue la fachada del pub se mantiene como hace 40 años. Las ventanas del segundo y tercer piso siguen igual; hacia la izquierda, donde estuvieron la puerta de acceso a los pisos superiores y uno de los ventanales, se ve hoy una puerta de garaje. En lugar de la puerta de acceso, está la entrada al departamento, hay un timbre sin ninguna marca. El número sigue siendo el mismo: 11 Alma Square. El Heroes of Alma es hoy un departamento de lujo que cuesta más de 3 millones de libras y ningún turista llega hasta ahí.
Da la impresión que el pub pudo haber sido el edificio esquiner0 (sobre Hill Road y Alma Square), la entrada está justo en el ángulo de la casa, sobre la vereda, en frente, sigue ahí un buzón cilíndrico y rojo. Pero no. El lugar estaba al fondo de la calle que termina en una pared. No da la idea de un sitio llamativo, es relativamente pequeño, en verano sacaban sillas a la acera, pero lo conocieron quienes pasaron por los Estudios EMI y necesitaban un sitio tranquilo y cercano.
Parecía que el día iba a terminar con esa imagen, pero la puerta del ex Heroes of Alma se abrió. No con el zumbido de una cerradura eléctrica, solo se abrió, repentinamente. Salió una mujer, rubia, vestida con lo usual para el invierno —botas y un abrigo tres cuartos—, de unos cuarenta y tantos, no tan bien llevados. Caminó y en la esquina hizo derecha, como si fuera a los estudios que, desde los años 70 y por la fama que alcanzó el disco, empezaron a llamarse Abbey Road. En justa ley: el disco nombró al estudio y no al revés, como suele pensarse.