Violeta Parra: Biografía
Por Carolina Navarrete.
Pero, pensándolo bien,
y haciendo juicio a mi hermano,
tomé la pluma en la mano
y fui llenando el papel.
Luego vine a comprender
que la escritura da calma
a los tormentos del alma,
y en la mía que hay sobrantes;
hoy cantaré lo bastante
pa’ dar el grito de alarma
Décimas de Violeta …
RAÍCES
Gracias a la vida que me ha dado tanto es sin duda una de las canciones más profundas y hermosas compuestas en este siglo. En ella, la cantautora Violeta Parra agradece cada una de las dimensiones vitales que posee el ser humano; la mirada, el lenguaje, la risa, el llanto y el amor. Es una oda a lo inefable, efímero y pulsional que es el vivir. Recuerdo que la primera vez que tuve conciencia del peso de su letra también supe que un año después Violeta se había quitado la vida. Esta paradoja tan estudiada y analizada hoy en día, en mi niñez quedó pendiente como un significante que debía llenarse, de ahí mi interés por su obra y vida y también por la búsqueda incesante de los trazos de su vida en su más conocida canción.
Gracias a la vida que me ha dado tanto/ me ha dado la risa y me ha dado el llanto. La vida de Violeta estuvo marcada desde muy temprano por estos sentimientos antagónicos que se convirtieron en el motor de su obra. Hija de Nicanor Parra, profesor de música y de Clarisa Sandoval, campesina, cantante y guitarrista, nació en San Carlos[1] provincia de Ñuble un 4 de octubre de 1917. Fue la tercera de ocho hermanos, casi todos hoy en día cantantes, poetas o artistas. El exiguo sueldo de su padre y su afición por el alcohol llevaron a su madre a dedicarse a la costura para poder mantener el hogar. El vínculo de Violeta con las arpilleras y el arte manual habría nacido en este periodo de la mano de Clarisa. De la misma manera que su amor por el canto inculcado por Nicanor quien le enseñó a cada uno de sus hijos la guitarra y la canción. A los siete años Violeta tocaba la guitarra y comenzaba a componer. De la escuela nos dice en una de sus décimas: ‘mejor no hablar de la escuela; la odié con todas mis ganas, del libro hasta la campana, del lápiz al pizarrón, del banco hast’ el profesor’. Sin embargo, en el escaso tiempo en que asistió se le reconoció por su inteligencia y tesón. La falta de recursos económicos obligó a los hermanos a recorrer el pueblo ofreciendo, a quien quisiere, sus cantos y guitarreos por algún tipo de remuneración. En aquella época, cuenta Rosa Martinez[2], los hermanos se hicieron conocidos en restaurantes, peluquerías y bares, conformando en 1927 su primer grupo musical con Hilda, Eduardo y Roberto. La muerte temprana de su padre ocurrida en 1931 fuerza a Violeta a dejar definitivamente la escuela y comenzar a trabajar en las labores de campo. Risa y llanto modelan una infancia atravesada por la carencia y la creación, esculpiendo en Violeta el arte de retratar la miseria y la dignidad del hombre. De los primeros años de la vida de Violeta se tienen muy pocos datos, sin embargo, podemos apresar algunos momentos de su infancia a través de sus famosas Décimas Autobiográficas[3] editadas en 1970 que recorren la vida y el sentir de la artista.
En 1934 con tan solo quince años Violeta decide abandonar su familia para ir al encuentro de su hermano Nicanor instalado en Santiago. Al verla llegar éste le pide que retome sus estudios en la Escuela Normal de niñas para ser profesora. Sin embargo, como lo dicen sus versos: ‘gracias a la vida que me ha dado tanto/ me ha dado el oído que en todo su ancho, graba noche y día, grillos y canarios’ la música fue más fuerte, y abandona por completo la idea dos años más tarde. A pesar del rechazo de seguir los consejos de Nicanor, ambos cultivan un fuerte lazo intelectual y afectivo. Ella conoce al conjunto de pensadores que lo rodea y se nutre de todas las discusiones literarias e intelectuales del grupo, siendo una de las más importantes la tensión entre el campo y la urbe o entre el mundo rural y la modernidad. Quizás es en esta etapa que en Violeta comienza a originarse una de sus principales convicciones: ella tenía ‘’la misión cultural de recuperar ese mundo rural originario”[4] a punto de disiparse.
En estos primeros años en la capital, Violeta sobrevive gracias a la guitarra y su canto. Sus andanzas nocturnas la llevan a cantar en diversos sitios del Santiago de la otra orilla” o Chimba donde convive con la miseria material y humana. Entre las calles Santo Domingo y Mapocho prosperaban las quintas de recreo y los restaurantes: “por una escuela cien bares” decía Violeta, como lo recuerda Ángel Parra en el libro biográfico dedicado a su madre Violeta se fue a los cielos[5]. Esta experiencia profesional la marca profundamente, pues ahonda en su conciencia social que más tarde permeará por completo en sus creaciones. Sin embargo, por aquella época la guitarra y el canto eran para Violeta más bien sinónimo de sobrevivencia y diversión. “El Tordo Azul” era el escenario predilecto de las hermanas Parra cuyo repertorio se apoyaba en canciones de la tradición latinoamericana como rancheras, boleros y corridos mexicanos. Por aquellos años Violeta, de solo 19 años, conoce a “Sombrero Verde” o Luis Alfonso Cereceda Arenas, de 18 años, un ferroviario perteneciente al partido comunista con quien contrae matrimonio en 1945. Cereceda le ofrece estabilidad material y el vínculo con el discurso de la lucha de clases, además de un sinnúmero de infidelidades. De esta unión nacen Isabel y Ángel. Por ese entonces, Violeta participa en un concurso organizado por la colonia de refugiados españoles para elegir a la mejor intérprete de canto español, así emerge Violeta de Mayo cuyo repertorio se basa en las famosas coplas españolas, farrucas, fandangos y sevillanas, ella obtiene el primer lugar. Pero Violeta siente que ha perdido su libertad y como lo expresa su canción Gracias a la vida que me ha dado tanto/ me dio dos luceros que cuando los abro/perfecto distingo lo negro del blanco/ y en el alto cielo su fondo estrellado… Ella busca entonces su propio camino lejos de “Sombrero Verde” y de la música foránea.
NUEVOS TERRITORIOS: VIOLETA PARRA “LA ARTÍFICE”
Corre el año 1952, Violeta junto a sus hijos trabaja en circos recorriendo diferentes zonas del país, allí, impulsada por su hermano Nicanor Parra, comienza su trabajo de recuperación de ese mundo originario, del alma popular. El alto cielo estrellado es para Violeta Parra la música chilena, el folklore de su tierra, sus sonidos y colores. Abandona por completo su repertorio anterior y comienza a realizar recitales en recintos universitarios solo con música nacional. Su hijo Ángel en su libro biográfico habla de esta trasformación asociándola con la aparición de la “Pelusita” la abuela materna de Luis Arce, el nuevo marido de Violeta, quien aferrada a sus raíces campesinas comparte desinteresadamente melodías, estrofas o versos del canto popular. Ángel expresa “A partir de una estrofa abandonada, una palabra olvidada, una melodía fracturada, afloraba la capacidad para convertirla en romance de muchos versos”. Pelusita no solo le regala la música olvidada, sino le hace comprender que es en los viejos chilenos donde estaba la memoria, la historia no oficial, la oralidad, la sabiduría, la cultura popular, eso que ella tenía guardado desde su niñez. El biógrafo Fernando Sáez se refiere al momento de esta transformación en Violeta: “Es en el año 1953 cuando comienza la ardua tarea de recopilar, sin medios, sin estudios, con la pura fuerza del empeño y la convicción. Meses de trabajo y conocimiento fueron dando un cambio radical que se percibía también en su apariencia, como si se despojara y abjurara de toda banalidad y le fuera imposible aceptar la más pequeña impostura. Una especie de soberbia de quien posee una verdad que se le fue encarnando. Era ella misma y a la vez no era más que una auténtica y absoluta representante de toda esa cultura que permanecía escondida”[6]
Recorre las zonas rurales de Chile recolectando material, lo escribe, lo graba, lo registra y al mismo tiempo crea poesía, compone cuecas y anti cuecas, transformando melodías o simplemente inventando nuevas formas de musicalización.
En 1953 la folclorista graba su primer disco como solista para el sello Odeón compuesto por el vals tradicional Qué pena siente el alma y el parabién Casamiento de Negros. Esta composición fue escogida para ser parte de un disco de música exótica editado en Estados Unidos en 1956 bajo el título “The Drive you crazy song”.
Gracias a la vida que me ha dado tanto / me ha dado el sonido y el abecedario. Música y escritura colman sus días, por aquella época la cantautora conoce a Jorge Millas, Pablo de Rokha, Enrique Lihn, Alejandro Jodorowski, Luis Oyarzún, Enrique Bello, y se divorcia de su segundo marido Luis Arce con quien tuvo dos hijas más: Carmen Luisa y Rosita Clara. En 1954 mantiene el programa “Canta Violeta Parra en radio Chilena” y gana el premio Caupolicán a la folclorista del año. Emprende sola un viaje a Europa invitada al V Festival Mundial de la Juventud. Desde Varsovia se traslada a París donde reside dos años. Esta larga separación de Chile y de su familia la acercan mucho más a su patria. En la metrópolis gala Violeta deja alguna de sus cintas de recopilación, su guitarrón y la difusión de su canto. En esta época muere su hija Rosita Clara, a quien le dedica la canción Rin del Angelito.
Pulsión desbordante la acompañan a su regreso al país. La Universidad de Concepción la contrata para realizar investigaciones folclóricas en la zona y en 1958 funda el Museo Nacional del arte folclórico chileno. Por aquella época musicaliza el poema “Los burgueses” de Gonzalo Rojas, crea arpilleras, cerámica y pinturas y en 1959 recorre la enigmática isla de Chiloé y el norte de Chile. La inabarcable geografía territorial es aprehendida por Violeta a través del folclor nacional, constituyéndose por primera vez un panorama general de las creaciones nacionales de norte a sur. Ella ha sido el eslabón. Su nombre se enarbola dentro de la escena del país como gran folclorista e investigadora.
A causa de una severa hepatitis Violeta es obligada a la quietud, sin embargo, su deseo por crear la lleva a elaborar arpilleras y cerámicas de gran calidad y creación.
Pulsión, intensidad y pasión se conjugan con grandes momentos de tristeza y soledad. Violeta es inaprensible y contradictoria, como dice Zurita parafraseando a Borges “nadie es hoy Violeta Parra, pero no hay nadie en el mundo que en un minuto del día no lo sea”[7]
DESTERRITORIALIZAR: VIOLETA Y EL MUNDO
“Gracias a la vida que me ha dado tanto/ Me ha dado la marcha de mis pies cansados/ Con ellos anduve ciudades y charcos/ Playas y desiertos, montañas y llanos…”
Enraizada en su tierra, comprometida con su gente e itinerante, Violeta decide entregar su saber al mundo. Su misión cambia de cariz, ahora debe ofrecer lo que ha atesorado. De la mano de su gran amor e inspirador el músico de origen suizo Gilbert Favre parte su recorrido por distintos países europeos en donde imparte cursos de folclor, cerámica, pintura y arpilleras, además de producir conciertos de música chilena. Junto a sus hijos viaja al Festival de la Juventud en Finlandia, también lo hacen por la Unión Soviética, Alemania, Italia y Francia. Luego de transitar por diversos territorios, Violeta y Gilbert deciden repartir su vida entre Francia y Suiza.
Son los años que preceden la revolución de 1968, años movedizos y contestatarios. Violeta compone canciones con profunda raigambre social, denunciando la explotación, el maltrato infringido al proletariado, la injusticia, la brutal desigualdad. Es la piel de Violeta que canta, musicaliza y denuncia, pues es la historia de su infancia que se cuela entre los bemoles y tonalidades de sus creaciones. Gracias a la vida que me ha dado tanto/ me dio dos luceros, que cuando los abro/perfecto distingo, lo negro del blanco. De esta manera Violeta inicia lo que años más tarde se denominará la Nueva Canción Chilena[8], la cual tendrá entre sus representantes más importantes a Patricio Mans, Victor Jara y Quilapayún, etc.
Este discurso social, no solo es melodía, sino también escenas, personajes e historias. En 1964 las arpilleras, esculturas de alambre y pinturas de Violeta entran al museo de Artes Decorativas del Louvre marcando un hito en la historia visual de nuestro país y de Latinoamérica. Cuenta Ángel que tras el primer rechazo por parte del director del museo, Violeta argumentó interminablemente la vital importancia de su trabajo tanto para el público francés como latinoamericano. De tanto insistir Violeta logró entrar al panteón del arte europeo[9].
Violeta vuelve a chile en 1965, ese mismo año funda en la Reina, un centro cultural llamado La carpa de la Reina. El terreno constaba con cuatro hectáreas, el cual había sido donado por el alcalde de la Reina Fernando Castillo Velasco, este lugar sería la Universidad del Folclor. Aquí Violeta vive, exhibe sus trabajos, crea, cocina, atiende a su público, teje y canta cada noche. Sin embargo, el proyecto cultural la sobrepasa; la escasa afluencia de público y el aislamiento en la que se encuentra Violeta después de su separación con Gilbert hacen presagiar un final. El 5 de febrero de 1967 Violeta decide apagar su canto.
La obra inconmensurable de Violeta hoy en día es conocida en gran parte del mundo, ella es la voz del pueblo, de los desposeídos, de los que aclaman por justicia, de los amantes y desdichados. Es el folclor, intensidad y convicción. En definitiva, ella es el canto a y por la vida.
Referencia bibliográfica
[1] Existe una polémica con respecto al lugar de nacimiento de Violeta.
[2] Documental Viola chilensis. https://www.youtube.com/watch?v=bLDkrtjU6Hs
[3] Santiago, Ediciones Nueva Universidad, 1970
[4] Baeza, Ana María, Reseña sobre la vida intranquila- Violeta Parra Biografía esencial, Revista Nomadías, Julio 2011, No 13, pp. 213 -217
[5] Parra, Ángel, Violeta se fue a los cielos, Santiago de Chile, Ed. Catalonia, 2006, 108p.
[6] Sáez, Fernando, La vida intranquila- Violeta Parra Biografía esencial, Santiago de Chile, Ediciones Universidad de Chile, 2010, p.58
[7] http://analesliteraturachilena.letras.uc.cl/images/N22/Nota-RalZurita.pdf
[8] http://www.memoriachilena.cl/602/w3-article-702.html
[9] La exposición constaba de 22 tapicerías o arpilleras. 26 pinturas al óleo sobre tela madera prensada y 13 esculturas con alambre. Fuente http://museovioletaparra.cl/wp-content/uploads/2015/10/MVP_Catalogo_Revisado.pdf